Suelo utilizar esta belleza escrita por el rector de una universidad en la que trabajo. Se la doy a mis alumnos como material complementario. Jorge Bosch es un notable señor cuyo campo de origen es la matemática. Es epistemólogo, investigador, educador y escritor. Quizá su texto más conocido sea Cultura y contracultura (Emecé, 1992), que hasta hace poco estuvo en todas las librerías amigas. Bosch es un señor que piensa... y ya saben cómo me agrada cruzarme con humanos que piensan. Lo que sigue es un fragmento del prólogo a su libro Introducción a la comunicación. Síntesis humanístico-científica (Edicial, 1998).
No es muy largo.
No es muy largo.
Lo escribió para nosotros.
NS
---------
(…) Una de las mayores dificultades del estudio de la comunicación social reside en su manifiesta e irreductible heterogeneidad. Para ser fructífero, ese estudio necesita nutrirse de elementos de muy variada naturaleza, emanados de diversos campos científicos, humanísticos y tecnológicos; más aún: no sólo está signado por una marcada heterogeneidad de elementos sino también por una imperiosa exigencia de unidad y síntesis. El estudioso y el profesional de la comunicación social se ven acosados por una realidad multifacética y a veces caótica, que plantea interrogantes confusos pero demanda respuestas claras e inmediatas. No hay recetas especializadas para desempeñar con éxito esta tarea: si se me preguntara por una herramienta eficaz sólo me animaría a recomendar la cultura. La persona culta es la única que está en condiciones de elaborar estrategias y respuestas apropiadas en una sociedad en la que todas las estrategias y las respuestas elaboradas anteriormente parecen exiguas ante los nuevos desafíos. La cultura, entonces. Pero, ¿qué cultura?
Hoy más que nunca parece necesaria, al menos para el comunicador social, una cultura de síntesis en la que se articulen con íntima concordancia los estilos de pensamiento y de sentimiento propios de la ciencia, del arte, de la tecnología, de las humanidades en general. Esto no significa que el comunicador deba convertirse en un experto en ciencia, en arte, en tecnología y en humanidades, porque tal pretensión, además de evidenciar una ingenua megalomanía, iría exactamente en contra de lo que estoy tratando de propugnar. En efecto: no se trata en este contexto de dar respuestas especializadas a preguntas especializadas, pues para eso están, obviamente, los especialistas. El comunicador, en cambio, debe estar preparado para dar las respuestas que los especialistas no pueden dar: las respuestas globalizadoras, las respuestas de síntesis generalista basada en fundamentos sólidos. Algunos ejemplos quizá contribuyan a precisar este concepto.
Cuando se trata de transmitir a los jóvenes una idea acerca del mundo en que les corresponderá actuar, tarea de alta alcurnia pedagógica, pueden ser útiles las versiones especializadas del economista, el político, el científico, el artista, el filósofo, el tecnólogo, el sociólogo. Pero corresponde al comunicador elaborar una rápida síntesis, un panorama coherente y unificador, que constituya para el joven que escucha una vivencia auténtica, un anticipo integrador que lo ayude a comprender las grandes líneas del futuro que se avecina y el lugar que él puede llegar a ocupar en ese vasto escenario. No necesita el comunicador, para lograr tal compacto y efímero cometido, poseer la profundidad de conocimiento de los especialistas; pero necesita poseer la profundidad de comprensión del significado global de la cultura, que raramente se halla en el bagaje de los expertos. Y necesita también comprender lo sustancial del pensamiento de los expertos, como el retratista avezado que, interpretando lo sustancial de los rasgos físicos y espirituales de su personaje, con unos pocos trazos compone una figura sintética que da cuenta a la vez de la apariencia exterior y del carácter que la anima.
Pero podemos descender a emprendimientos menos espectaculares. Si se trata, por ejemplo, sólo de transmitir una noticia a un público numeroso y heterogéneo, el comunicador se enfrenta también en este caso a un problema de síntesis cultural. Debe conocer con la mayor precisión y certeza posibles el hecho que desea comunicar, y a este conocimiento objetivo debe añadir la intuición casi de carácter estético acerca de la forma en que su público ha de entender su lenguaje; y también debe dominar el idioma como para servirse de los matices y de los giros que mejor contribuyan a hacer surgir en los demás la imagen que él mismo experimenta. Los buenos comunicadores ponen en funcionamiento este complejo mecanismo en forma natural y espontánea; pero esa naturalidad y esa espontaneidad son el fruto de un largo aprendizaje, de una frecuentación integradora de sutiles matices hallados en disímiles exploraciones. Y si se trata simplemente de dar una opinión personal, la del comunicador inteligente debe diferenciarse tanto de la que puede dar el especialista como de la del lego desprevenido a quien un reportero consulta azarosamente en la calle. La opinión brindada por el comunicador, aunque sea breve y sencilla, debe haber sido elaborada a partir de una síntesis cultural que tome en cuenta la diversidad y la complejidad de rasgos de la sociedad contemporánea. Pero, ¿cómo se enseña la síntesis cultural? ¿Mostrando, quizá, sencillos fragmentos de saber extraídos de diversas áreas y acomodándolos luego de manera armoniosa y fácil de recordar? No. De este modo se consigue, en el mejor de los casos, una cultura fugaz y liviana inspirada en el zapping televisivo; y en el peor, una incultura plagada de snobismo y pedantería. ¿Cómo se enseña la síntesis cultural? Creo que el primer paso es la búsqueda de coincidencias esenciales. Simplemente. Tomemos como ejemplo el último cuarto del siglo XIX. Uno de los elementos culturales importantes de ese período fue el impresionismo. Entre todas las características notables de esta actitud espiritual, que se repiten en las diversas artes, rescato en particular la valoración del átomo de la sustancia estética: la pincelada ínfima, el toque escultórico, la palabra poética, la nota musical. Pero esta búsqueda del átomo, de lo irreductible, que se da en el arte del último cuarto del siglo XIX, se da también, curiosamente, en otros ámbitos culturales que parecen muy alejados del fenómeno estético. En la física aparecen, contemporáneamente, la teoría atómico-molecular y la teoría del electrón; en la matemática la inquietud por establecer con rigor los procesos infinitesimales y también la metodología axiomática, que puede considerarse como la indagación de lo sustancial, lo irreductible en la arquitectura lógica de una teoría; en la biología el estudio mendeliano de los factores hereditarios (especie de "axiomática" de la herencia); en la economía la pregunta por el origen del valor y de las magnitudes marginales; en la epistemología comienza a abrirse paso el análisis minucioso de los elementos fundamentales del lenguaje y del conocimiento, que florecerá con plenitud en el siglo XX. Sin exagerar, pues, y sin tratar de hacer de esta fórmula una panacea, se advierte que en el último cuarto del siglo XIX muchos campos culturales (no todos, pero sí muchos) presentan esta coincidencia esencial: la valoración de lo atómico, del constituyente último, de lo más simple e irreductible. He aquí un principio de síntesis cultural. Si se logra individualizar tres o cuatro coincidencias similares se obtiene ya un buen resultado. Otro aspecto es el metodológico; en este caso la idea consiste en elaborar métodos generales que se apliquen a distintas ramas de la cultura (…)
Por añadidura, el comunicador debe saber convencer pero para ello debe empezar por saber convencerse a sí mismo. Debe saber emocionar, pero para ello debe empezar por saber emocionarse. Y debe también ser consciente de que existen muy diversos niveles de calidad de convencimiento y de calidad de emoción. El convencimiento logrado a través de la duda y de la crítica es de mayor calidad que el que se impone por simple autoridad o por moda; la emoción que se logra a través de elaboraciones sutiles y complejas es de mayor calidad que la que proveen los trazos gruesos, burdos y convencionales. En todos los aspectos de la vida, desde la confección de zapatos hasta la meditación sobre el destino del mundo, hay niveles de calidad. No siempre se logra el más alto, pero el comunicador debe someter a permanente crítica el nivel que haya alcanzado. Una vez más, la solución es la cultura. No hay nada que pueda remplazar al contacto directo (aunque guiado, si es necesario) con las grandes obras del espíritu, las grandes ideas, los grandes pensamientos. Hay también una pedagogía para lograr que este contacto sea fecundo, pero tal pedagogía depende en extraordinaria medida de la sabiduría y de la experiencia del maestro (…)
Hoy más que nunca parece necesaria, al menos para el comunicador social, una cultura de síntesis en la que se articulen con íntima concordancia los estilos de pensamiento y de sentimiento propios de la ciencia, del arte, de la tecnología, de las humanidades en general. Esto no significa que el comunicador deba convertirse en un experto en ciencia, en arte, en tecnología y en humanidades, porque tal pretensión, además de evidenciar una ingenua megalomanía, iría exactamente en contra de lo que estoy tratando de propugnar. En efecto: no se trata en este contexto de dar respuestas especializadas a preguntas especializadas, pues para eso están, obviamente, los especialistas. El comunicador, en cambio, debe estar preparado para dar las respuestas que los especialistas no pueden dar: las respuestas globalizadoras, las respuestas de síntesis generalista basada en fundamentos sólidos. Algunos ejemplos quizá contribuyan a precisar este concepto.
Cuando se trata de transmitir a los jóvenes una idea acerca del mundo en que les corresponderá actuar, tarea de alta alcurnia pedagógica, pueden ser útiles las versiones especializadas del economista, el político, el científico, el artista, el filósofo, el tecnólogo, el sociólogo. Pero corresponde al comunicador elaborar una rápida síntesis, un panorama coherente y unificador, que constituya para el joven que escucha una vivencia auténtica, un anticipo integrador que lo ayude a comprender las grandes líneas del futuro que se avecina y el lugar que él puede llegar a ocupar en ese vasto escenario. No necesita el comunicador, para lograr tal compacto y efímero cometido, poseer la profundidad de conocimiento de los especialistas; pero necesita poseer la profundidad de comprensión del significado global de la cultura, que raramente se halla en el bagaje de los expertos. Y necesita también comprender lo sustancial del pensamiento de los expertos, como el retratista avezado que, interpretando lo sustancial de los rasgos físicos y espirituales de su personaje, con unos pocos trazos compone una figura sintética que da cuenta a la vez de la apariencia exterior y del carácter que la anima.
Pero podemos descender a emprendimientos menos espectaculares. Si se trata, por ejemplo, sólo de transmitir una noticia a un público numeroso y heterogéneo, el comunicador se enfrenta también en este caso a un problema de síntesis cultural. Debe conocer con la mayor precisión y certeza posibles el hecho que desea comunicar, y a este conocimiento objetivo debe añadir la intuición casi de carácter estético acerca de la forma en que su público ha de entender su lenguaje; y también debe dominar el idioma como para servirse de los matices y de los giros que mejor contribuyan a hacer surgir en los demás la imagen que él mismo experimenta. Los buenos comunicadores ponen en funcionamiento este complejo mecanismo en forma natural y espontánea; pero esa naturalidad y esa espontaneidad son el fruto de un largo aprendizaje, de una frecuentación integradora de sutiles matices hallados en disímiles exploraciones. Y si se trata simplemente de dar una opinión personal, la del comunicador inteligente debe diferenciarse tanto de la que puede dar el especialista como de la del lego desprevenido a quien un reportero consulta azarosamente en la calle. La opinión brindada por el comunicador, aunque sea breve y sencilla, debe haber sido elaborada a partir de una síntesis cultural que tome en cuenta la diversidad y la complejidad de rasgos de la sociedad contemporánea. Pero, ¿cómo se enseña la síntesis cultural? ¿Mostrando, quizá, sencillos fragmentos de saber extraídos de diversas áreas y acomodándolos luego de manera armoniosa y fácil de recordar? No. De este modo se consigue, en el mejor de los casos, una cultura fugaz y liviana inspirada en el zapping televisivo; y en el peor, una incultura plagada de snobismo y pedantería. ¿Cómo se enseña la síntesis cultural? Creo que el primer paso es la búsqueda de coincidencias esenciales. Simplemente. Tomemos como ejemplo el último cuarto del siglo XIX. Uno de los elementos culturales importantes de ese período fue el impresionismo. Entre todas las características notables de esta actitud espiritual, que se repiten en las diversas artes, rescato en particular la valoración del átomo de la sustancia estética: la pincelada ínfima, el toque escultórico, la palabra poética, la nota musical. Pero esta búsqueda del átomo, de lo irreductible, que se da en el arte del último cuarto del siglo XIX, se da también, curiosamente, en otros ámbitos culturales que parecen muy alejados del fenómeno estético. En la física aparecen, contemporáneamente, la teoría atómico-molecular y la teoría del electrón; en la matemática la inquietud por establecer con rigor los procesos infinitesimales y también la metodología axiomática, que puede considerarse como la indagación de lo sustancial, lo irreductible en la arquitectura lógica de una teoría; en la biología el estudio mendeliano de los factores hereditarios (especie de "axiomática" de la herencia); en la economía la pregunta por el origen del valor y de las magnitudes marginales; en la epistemología comienza a abrirse paso el análisis minucioso de los elementos fundamentales del lenguaje y del conocimiento, que florecerá con plenitud en el siglo XX. Sin exagerar, pues, y sin tratar de hacer de esta fórmula una panacea, se advierte que en el último cuarto del siglo XIX muchos campos culturales (no todos, pero sí muchos) presentan esta coincidencia esencial: la valoración de lo atómico, del constituyente último, de lo más simple e irreductible. He aquí un principio de síntesis cultural. Si se logra individualizar tres o cuatro coincidencias similares se obtiene ya un buen resultado. Otro aspecto es el metodológico; en este caso la idea consiste en elaborar métodos generales que se apliquen a distintas ramas de la cultura (…)
Por añadidura, el comunicador debe saber convencer pero para ello debe empezar por saber convencerse a sí mismo. Debe saber emocionar, pero para ello debe empezar por saber emocionarse. Y debe también ser consciente de que existen muy diversos niveles de calidad de convencimiento y de calidad de emoción. El convencimiento logrado a través de la duda y de la crítica es de mayor calidad que el que se impone por simple autoridad o por moda; la emoción que se logra a través de elaboraciones sutiles y complejas es de mayor calidad que la que proveen los trazos gruesos, burdos y convencionales. En todos los aspectos de la vida, desde la confección de zapatos hasta la meditación sobre el destino del mundo, hay niveles de calidad. No siempre se logra el más alto, pero el comunicador debe someter a permanente crítica el nivel que haya alcanzado. Una vez más, la solución es la cultura. No hay nada que pueda remplazar al contacto directo (aunque guiado, si es necesario) con las grandes obras del espíritu, las grandes ideas, los grandes pensamientos. Hay también una pedagogía para lograr que este contacto sea fecundo, pero tal pedagogía depende en extraordinaria medida de la sabiduría y de la experiencia del maestro (…)
4 comentarios:
A: –Treinta y uno.
B: –Sí.
A: –¿El retrato sigue en el desván?
B: –Sí.
A: –¿Desde hace cuánto?
B: –Mucho.
A: –¿Más o menos?
B: –Mucho.
A: –Y no lo mirás desde.
B: –Mucho.
A: –Mentira.
B: ¿Por qué?
A: ¿Te miraste al espejo?
B: –Sí.
A: –Y viste esas canas.
B: –Sí.
A: –Y viste esos ojos.
B: –Sí.
A: –Y viste esa mueca.
B: –Sí.
A: –Y viste esos ángulos de tu cara.
B: –Sí.
A: –Y en el piso de la ducha hay más pelo que sacar.
B: –Sí.
A: –Entonces es mentira.
B: –Sólo son treinta y uno.
A: –Lo miraste.
B: –Sólo son treinta y uno.
A: –Lo miraste.
B: –No.
A: –Mentira.
B: –No.
A: –¿Entonces?
B: –La brisa.
A: –¿Qué brisa?
B: –La brisa.
A: –La brisa qué.
B: –La brisa que entró.
A: –La brisa que entró qué.
B: –La brisa que entró.
A: –La brisa que entró y qué.
B: –La brisa que entró y que corrió el trapo.
A: –Qué trapo.
B: –El trapo que lo tapaba.
A: –Entonces lo miraste.
B: –No.
A: –Entonces.
B: –Entonces me miró.
A: –Y qué.
B: –Y se vio.
A: –Entonces.
B: –Lo tapé.
A: –Tarde.
B: –Tarde, sí.
A: –Lo viste.
B: –Me miró.
A: –Pero sólo son treinta y uno.
B: –Pero me vi en el espejo.
A: –Sí.
B: –Y vi estas canas.
A: –Sí.
B: –Y vi estos ojos.
A: –Sí.
B: –Y vi esta mueca.
A: –Sí.
B: –Y vi estos ángulos en mi cara.
A: –Sí.
B: –Y en el piso de la ducha hay más pelo que sacar.
A: –Sí.
B: –Sí.
A: –Sólo son treinta y uno.
B: –Entonces son treinta y uno.
A: -Sí.
B: -Treinta y uno.
A: –Quizá la brisa.
B: –Me miró: treinta y uno.
A: -Entonces.
B: -En el piso de la ducha hay más pelo que sacar.
Iba a decir que después de mucho pensar creo haber reconocido al inefable "prohibido leer esto.doc" que, por supuesto, leí.
Ahora, después de escuchar esta lectura, sólo me queda un
Pucha.
Saludos, Natalio. Sólo so treinta y uno. Y la vida sin vender.
Recórcholis.
gracias
Publicar un comentario