(...) Una noche, hace diecinueve años, en una de esas tantas conversaciones absurdas, el poeta Mario Jorge De Lellis, de pronto, dijo:
-¿Se fijaron que todos los charlistas son gallegos?
Estábamos en el café de la calle Tacuarí con Juan Carlos Desanzo y con Andrés Cincugrana, un talentoso cuentista que la publicidad se llevó.
-Sí, señor -dijo Desanzo-, y los musicólogos son todos alemanes.
-¿Y los búlgaros? -pregunté-.
-Fabricantes de yoghurt -contestaron todos-.
Había muchas copas de por medio, pero recuerdo que tuvimos dificultades para ubicar a los dálmatas, los eslovenos y los ácratas, y que todo terminó en una furiosa discusión sobre qué eran los ácratas, si eran arácnidos o coptoos, o apátridas. Sí. Porque eramos absurdos y había copas, y todavía los vascos eran lecheros, los japoneses, tintoreros, y los judíos, sastres. Eran tiempos organizados todavía. Tiempos donde las cosas estaban ordenadas, y a ningún armenio se le hubiera ocurrido ser otra cosa que fabricante de golosinas, y a ningún judío otra cosa que sastre. Eso sí, el hijo del judío tenía que ser médico. Y si el judío tenía dos hijos y uno era vago, el hijo vago podía ser violinista. (...) Blaisten, Isidoro. Anticonferencias. Editorial Emecé, Buenos Aires, 1983.
2 comentarios:
Espléndido.
Disculpen mi ignorancia: ¿qué es o qué hace un "charlista"?
Falta contexto:
En el comienzo del libro, Blaisten habla de las profesoras de castellano que lo introdujeron a la literatura desde el sopor y el aburrimiento. Nombra al Inca Garcilaso ("Nos iba apretando el alma con su tentáculo de aburrimiento), a Florencio Sánchez ("¿Qué habrá sido de esa profesora que nos decía que Florencio Sánchez era un degenerado?") y de un poema que se llamaba algo así como "Agricultura en la zona tórrida".
Desde allí, su espanto por la literatura española sobre todo, y la impresión -contra la que luchó ("Años después me costó leer el Quijote")-, de que todo español era un charlatán, un gran nada, un aburrido, un "charlista".
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