jueves, marzo 23, 2006


30 años.

“(…)La figura solitaria de Walsh asediaría siempre a Pablo. Ese hombre, cincuenta años, que no se va del país, que no acepta las ofertas para ir a París o Italia a inaugurar entre fotógrafos y periodistas, entre luces y estridencias el Partido Montonero, ese escritor que se queda en la Argentina, clandestino, en San Vicente, acompañado por su compañera, por Lilia, camuflado de profesor de inglés, ese hombre frágil, pequeño, sanguíneo, irlandés hasta el fondo de su alma, escribe, desde hace tres meses atrás, una carta a la Junta Militar, sin desdeñar el estilo, como aconsejaba Adorno, que decía que escribir sobre el horror y cuidar la forma era inmoral, cosa que no hace Walsh, que se larga a escribir sobre el horror, sobre los más horribles horrores de los que ha tenido el coraje de enterarse, de enterarse y no huir despavorido, sino lo contrario, se queda, escribe, lee a Lilia esa Carta que se inspra en las Catilinarias de Cicerón, que, años atrás, él, tradujera del latín, y cuida el estilo, porque la quiere perfecta a la Carta, porque la Carta, entre muchas otras cosas, la escribe para decir, otra vez, algo que había olvidado entre el estruendo y la huida y el miedo ineludible, que él, ante todo, es un escritor, y que esa Carta se escribe para testimoniarlo, de aquí que se llame Carta de un escritor a la Junta Militar, dado que es un escritor el que le escribe a la Junta, es un escritor el que la mañana del 25 –un día después del primer aniversario del golpe– se despide de su compañera, abandona San Vicente y se va con su Carta y con un revolver patético, un 22 matagatos, matanada, en busca de un buzón, un simple buzón donde meter su Carta, su verdadera arma, hecha de palabras, las armas de un escritor, sus palabras, sus certezas, su indignación, su lucidez y su coraje, él, ahora, busca, solitario, ese buzón, solitario esa mañana del 25 de marzo, solitario en un país artillado, sometido, lleno de cómplices, de culpables y delatores, busca ese buzón, y en ese buzón, para siempre, para la eternidad, mete la Carta, y aparecen entonces los carniceros de la ESMA, porque algo salió mal o porque así debía ser, porque no era posible que fuera de otra forma, porque él era Walsh y los perseguidores hacía rato que lo rastreaban, para torturarlo y matarlo y tirarlo en un basural o en lo más hondo del río, y Walsh está solo y no habrá nadie en el país dispuesto a acompañarlo, y solo mete la Carta en el buzón, y solo saca el 22, y solo hace fuego, y solo recibe la metralla del enemigo, y solo se muere, se muere completamente solo en un país en el que nadie quiere saber nada, y luego, en las redacciones, cuando lean su Carta, algunos habrán de reírse, pero miren al piantado éste, vean el delirio que tenía, mandarle una Carta a la Junta, ¿qué buscaba?, ¿voltear a los generales?, ¿lograr que se arrepintieran?, siempre fue un loco Walsh, un irlandés chiflado, tirá a la mierda ese panfleto, a ver si todavía nos metemos en problemas por ese mesiánico, qué delirio, qué petulancia, qué orgullo, qué gesto al pedo, qué ganas de buscar el martirio, de construir el mito del héroe solitario, qué ganas de joder, sí, sobre todo esto, qué ganas de joder.

Sin embargo, ¿qué hacer cuando uno, al menos, pudo? La cuestión que asediaba a
Pablo tenía una formulación clara, rigurosamente kantiana: si todos, como Walsh, hubiéramos tenido el coraje de ser héroes solitarios, habríamos construido al héroe colectivo. Lo aberrante no era solamente no haberlo hecho, sino no haber planteado jamás la posibilidad. El gesto de Walsh era extremo, pero la ética sólo se construye midiéndose en relación a esos gestos. Fue más fácil decir que estaba loco, que quería construir el mito del escritor mártir, su propio bronce, que pensar –siquiera un instante– qué hubiera pasado si todos hubiéramos escrito nuestra Carta, del modo que fuera.

Para incomodidad de su conciencia moral, Pablo –entre tantos pensamientos que lo cercaban– tampoco podía evitar estos. (…)”



José Pablo Feinman. La crítica de las armas. Norma, Buenos Aires, 2003.

Sólo se me ocurrió este homenaje.
Y el recuerdo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Antes no supe firmar. Ahora lo hago. Y agrego:

1) Las urnas están bien guardadas.
(General Leopoldo Galtieri, 1981)

2)Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después... a sus simpatizantes, enseguida... a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos. (General Ibérico Saint Jean. Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Mayo de 1977)

3) "No, no se podía fusilar. Pngamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina no se hubiera bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil. No había otra manera. Todos estuvimos de acuerdo en esto. Y el que no estuvo de acuerdo se fue. ¿Dar a conocer dónde están los restos? ¿Pero, qué es lo que podemos señalar? ¿En el mar, el Río de la Plata, el riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo". (Declaración de Videla del libro "El dictador", de María Seoane y Vicente Muleiro)

4)No he venido a defenderme. Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa, y la guerra contra el terrorismo subversivo fue una guerra justa. Sin embargo yo estoy aquí procesado por haber ganado una guerra justa.(Emilio Massera, en declaraciones del juicio a las juntas, 1985)

5)¿Sabe usted dónde está su hijo en este momento? (Mensaje publicitario oficial, 1976/77)

6)Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aqui
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.
(María Elena Walsh, 1972)

7)Señores jueces, quiero utilizar una frase que pertenece ya a todo el pueblo argentino: Nunca más.
(El fiscal Julio César Strassera en el cierre de su alegato de una semana, el 18 de septiembre de 1985)