miércoles, marzo 29, 2006

Ampliación del campo de batalla - por Santiago Roncagliolo

Sí, ya sé, después el Sr. Steconni me va a decir: "el que está de moda es ése, ¿cómo se llama? Roncagliolo"... pero es que escribe muy bien (no sé si este post es un buen ejemplo de eso) y me hizo acordar a la polémica por el último post de Juli. Así que ahí va. Como siempre, disponible en: http://blogs.elboomeran.com/roncagliolo/

Hace unos años, mientras trabajaba como periodista en Lima, un turista japonés desapareció en la selva. Su familia viajó al Perú a buscarlo y ofreció una conferencia de prensa, a la que asistí con mi fotógrafo. El padre del desaparecido estaba consternado. Conforme hablaba, se le quebraba la voz. Y aprovechaba las pausas de la traducción para tragar saliva. Sus ojos enrojecían. En un momento, cuando estaba a punto de terminar, tuvo que detenerse. Su mandíbula empezó a temblar. Mi fotógrafo y yo nos sorprendimos pensando al mismo tiempo: “llora, llora de una maldita vez”.
En cuanto el japonés derramó la primera lágrima, una ráfaga de flashes estremeció la sala de prensa. Todos teníamos la foto que esperábamos. Todos salimos satisfechos.A veces, la práctica periodística te obliga a ser ciego para ver con claridad. No debes sentir, no debes pensar, no estás tratando con personas sino con titulares potenciales. Cubres a un niño mutilado y al día siguiente comentas: qué bien, el periódico me dio la primera página.
De eso habla la última novela de Arturo Pérez Reverte, El pintor de batallas, la más reflexiva de su autor. De hecho, el argumento implica ya una reflexión sobre la responsabilidad del autor de imágenes: el protagonista es un fotógrafo de guerra que se retira y se encierra solo en una torre a pintar una gran batalla. Pero su pasado lo alcanza, y le exige responsabilidades por sus fotografías, que han determinado la vida –y la muerte– de personas reales.
Los periodistas no somos inocentes de las imágenes que escogemos. Nuestras imágenes y textos no son sólo cosas que encontramos y enseñamos. Están diseñados para causar reacciones, y a menudo no controlamos las reacciones que puedan producir. No sólo hablamos sobre la realidad. Creamos nuevas realidades.
Los que leemos el periódico tampoco somos inocentes. Las fotos nos traen el horror a casa, pero por eso mismo nos relevan de verlo con nuestros propios ojos. En realidad, generan más conciencia de lo bien que vivimos nosotros que de lo mal que viven los demás. Pero a la vez, nos permiten fingir que nos importa cómo viven los demás. No sabemos qué periódico es más veraz. Compramos el que nos haga sentir mejor con nosotros mismos, y lo comentamos con los amigos, con una cerveza.
La metáfora más bonita del libro de Pérez Reverte es la del efecto mariposa: el batir de las alas de una mariposa en América puede producir un huracán en África. En nuestro mundo interconectado, el clic de una cámara de fotos en Bagdad puede movilizar a miles de manifestantes en todo el planeta. Y también puede dejarlos indiferentes. Lo aceptemos o no, las imágenes del dolor ajeno amplían el campo de batalla hasta la puerta de nuestras casas, hasta nuestro tarro de mermelada, hasta nuestro café.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Lippmann... Lippmann... me suena de algún lado. Creo que de la famosa historieta "El Hombree-Labioo contra la manteca de cacao".

(Lippmann... Hombree-Labioo... díganme que la cazaron, por favor, aunque no sea más que para confirmar una de las resultantes más deplorables de mi agotamiento mental: la emergencia de los chistes malos).

Anónimo dijo...

Muy malo.
Muy, en serio.

Anónimo dijo...

Aunque, si uno lo piensa, cuesta aportar uno mejor.

Anónimo dijo...

Y si uno lo piensa otro rato, se da cuenta de que también es difícil aportar uno peor.

Anónimo dijo...

Caramba.

Anónimo dijo...

"Hay que entender que los bolivianos son seres humanos"

Eduardo Feinmann, Radio 10, 31 de marzo de 2006.
(Al respecto del incendio en la fábrica textil).

Anónimo dijo...

es domingo 2 de abril y el día está raro él se levantó temprano otra vez sin despertador y se reconoció cansado y se enojó por eso es que "necesito vacaciones" dijo y le respondieron "pero si recién empezás" recién empezás pucha que recién empieza marzo pero en realidad no se toma un buen descanso desde enero del año pasado terminó de escribir y planchar las camisas que le volvieron a quedar arrugadas y sacó el agua del fuego y prendió la radio y hablaban de malvinas entre ellos y con ex combatientes y se cebó el primer mate y los excombatientes decían que su inexperiencia su hambre su adolescencia su desinformación su orgullo pero el contexto y la estupidez que conocieron luego que la revista Gente que no se explican cómo puede ser que siga saliendo y que cómo comía chupaba y se reía Galtieri y que los gritones de ahora que dicen "qué barbaridad" sólo porque repiten lo que dicen los que dicen "qué barbaridad" y que cuántos se pegaron el tiro de gracia desde la vuelta y que la estrategia era "no pensar" y que por eso los hacían hacer pozos inútiles y flexiones para mantenerse en forma y taclear el frío y el hambre y el pensamiento y el frío y el hambre y las ametralladoras que no sabían usar pero que no podían usarlas para practicar porque las balas eran pocas y que por eso los hacían hacer pozos inútiles y flexiones para mantenerse en forma y que cada tanto les daban unas cartas amables de familiares y unas cartas extrañas redactadas por chicos de siete ocho nueve y diez años desde sus escuelas con letra grande y torpe acompañadas de vez en cuando con una tableta de chocolate y unos dibujos míticos sobre la gesta telúrica en el fundillo helado y hambriento del mundo.

Estaba cansado pero recordó. En 1982 él tenía siete años y ya escribía con una sintaxis y semántica relativamente aceptables para su edad. "Vamos a escribir cartas a los soldados" debió haber sonado -aproximadamente- la consigna de la maestra para esos tres o cuatro alumnos entre los que estaba él.
Él recordó que escribió más de una carta, que las puso en los sobres blancos que le dieron y que nunca más supo nada. Cree recordar algo sobre una barrita de chocolate Águila, pero no está tan seguro.
Recuerda que circulaban los casetes y vinilos de Lucrecia y su canción "hoy le mandé una carta a mi querido hermano...".
Se acuerda de haber llenado con las tapitas de las botellas de vidrio el álbum/planisferio de Coca-Cola del Mundial ’82 (España), y que la maravillosa sonrisa de Diego (¿se dieron cuenta de lo hermosa que es la sonrisa de Diego?) estaba bien grande en la tapa del álbum al que había que llenar sudorosamente con las tapitas de botellas de vidrio en la que venían los nombres de los países participantes.
Recuerda la tele, canal 7 y cadena nacional, el escudo y la bandera, la voz del locutor oficial grabada a fuego, y los comunicados numerados que hablaban de los aviones, buques y soldados eliminados. Los aviones, buques y soldados eliminados siempre eran ajenos. Igual que las vaquitas de Atahualpa.
Recuerda a su viejo y a su abuelo intentando sintonizar una Radio Colonia que sonaba a caño de escape de un fórmula uno. Recuerda a su abuelo, con esa pena orgullosa surgida de la experiencia cruel de aquellos que conocieron dos Guerras Mundiales, decirle al tipo de la radio, a la revista Gente, a Galtieri, a mi viejo, a mi abuela, a mí y a quien aconteciera por allí: "Me cachoendié".
Se acuerda de la canción que cantaba con el resto de sus compañeros en guardapolvo impecable y escarapela justo luego de la oración a la Bandera de las 7.40. La canción decía algo así como "Las Malvinas, argentinas, no las hemos de olvidar...". Sólo tenía siete años. Era 1982. Tenía guardapolvo, escarapela y un corpus de palabras que usaba en sus primeras "redacciones". Redacciones sobre mamá, sobre los animales, sobre los símbolos patrios, sobre el trabajo de papá, sobre la mascota que hay en casa, sobre la guerra.

Recordó. Sudó. Recordó más. Se forzó. Se puteó. Recordó más. Y se concluyó.

Se dio cuenta de que aquellas cartas fueron las primeras cartas que escribió en su vida. Aquellas cartas tenían las primeras líneas que envió a un "alguien" por primera vez en su vida. Es que él tenía siete años y ya escribía con una sintaxis y semántica relativamente aceptables para su edad. Sus primeras cartas fueron cartas para el frío, para el hambre, para la desinformación, para el chocolate tibio. Escribía redacciones sobre Clavelina, su perrita de aquel tiempo, y escribía cartas para los tipos que estaban en guerra.

Y recordó haber utilizado el "usted", pues eran cartas de un bebé de siete años dirigidas a adultísimos señores de dieciocho. Creyó recordar algo sobre una barrita de chocolate Águila, pero ya no está tan seguro. Es que pasaron 24 años.

Anónimo dijo...

Sospecho que pueden clamar usando su uniforme independientemente de que ese mismo vestido haya sido portado por sujetos particularmente detestables.

Quizá no pase por el look castrense, sino por la desenfrenada necesidad de un grito simbólico identitario en tiempos de histeria y liviandad.

Aunque no soy de citar, hay una línea de Artaud que me agrada y que ya he utilizado para otros fines: "La urgencia apremiante / de una necesidad / la de suprimir la idea / y de hacer reinar en su lugar / la manifestación ruidosa / de esta explosiva necesidad".

El dolor no se lleva bien con la coherencia. En rigor, el dolor está alojado en la esfera pasional. La coherencia, en cambio, pervive en la esfera del raciocinio y la estipulación más o menos meditada de metas y objetivos ordenados a un eje esencial sobre el cual intentamos encastrar nuestros actos y pensamientos. Claro que pueden esgrimirse enunciados del tipo "el dolor eterno es coherente por su propia continuidad". Pero nunca aprendí a llevarme bien con los sofismas que se rajan por la primera claraboya que encuentran.

El problema de ensayar algunas ideas explicativas sobre el dolor (también sobre el amor, el placer y la ira), es que lo hacemos desde la razón y la especulación, dominio a partir del cual los cancerberos de las Puertas del Destino crean y cuentan excelentes chistes puercos.

En tal sentido, y si infieren bien, es que ahora me estoy mordiendo la cola y haciendo carcajear a los porteros. Es una disyuntiva de base, paradigmática e irresoluble. La única salida honorable (o cobarde) es no hablar de eso.

Con algunos amigos hemos especulado sobre el sentimiento adecuado a ser percibido, asimilado y ejecutado en el potencial caso de que uno de nosotros feneciera de pronto y con indiscreta crueldad. Cuando finalmente ocurrió de veras, decidimos tirar la cadena y echarnos Poett. La leyenda cuenta que Freddy, Tati, el Flaco y Nat todavía huelen a nauseabunda y artificial fragancia a lavanda de los prados, mientras vagan por terruños agrestes con una mancha roja en sus frentes que reza "Haga reír a Dios: cuéntele sus planes".

Nunca me vestí de militar, nunca fui a la guerra. Ni siquiera hice el servicio militar, pues luego del sorteo de mi clase (1975) ocurrió lo de Carrasco y la historia que ya es conocida. Nunca me pegaron un tiro, nunca fui a Malvinas, nunca tuve que matar o morir, nunca me amputaron un miembro, nunca tuve que caminar con un arma insondable mientras tiritaba de frío y flaqueaba de hambre, nunca me diagnosticaron una patología mental, nunca sentí el terror de creer que me matarían en las próximas horas unos tipos que tienen encima la historia y la experiencia bélica más apabullante de Occidente.

Por lo tanto, no me animo a juzgar a los que sí cargaron con todo lo anterior. Yo ligué otra canción, otro baile, otra morocha y otro catering.

En algunas ocasiones me visto de traje para dar clases. Durante la segunda mitad del siglo XX y en lo que va del XXI, en el plano internacional y nacional, varios asesinos sofisticados, empresarios funestos, intelectuales de pacotilla y docentes pervertidos usaron un traje parecido al que uso yo cuando hablo de ellos críticamente en mis clases. Quiero creer que eso no me hace un incoherente, o peor aún, que eso no me fusiona con el objeto de mi repudio (repudio argumentable, pero también repudio apasionado, visceral y, en su peor forma, anodinamente funcional al curso de la Historia).

Anónimo dijo...

Picarones.

Sé de vuestra modestia y humildad al momento de señalar (con execelentes evasivas, he de reconocerlo) el placer causado por mi humor ácido, intelectual y elitista.

Mi espíritu abnegado, feliz y heroicamente esta vez, ha podido derrotar -gracias al Señor- al horrendo pacaterismo enarbolado por las arcanas censuras encaprichadas en vedar mis esfuerzos lúdicos por complacer a las ávidas y torpes personalidades que sólo hallan consuelo en la fluorescencia de este servidor.

He interpretado (jéjéjé, esta vez los pillé, mis mansos parvulitos) que sus sentencias del tipo "Muy malo. Muy, en serio", "¿Qué le anda pasando a este hombre?" y "Mmm... me pregunto lo mismo", no son sino muestras de un espléndido deseo enmascarado -quién sabe por qué execrables cotos socioculturales- de incitarme a seguir iluminando vuestra suprema jocosidad y la sustancia seminal de los hálitos de vida que les permiten ser quien sois.

Finalmente, y en absoluto respeto a vuestros deseos profundamente cosmogónicos, he decidido dar lugar a las demandas del vulgo y, de aquí en más, intercalar en algún que otro discurso un chiste similar al referido sobre el viejo de Lippmann.

(aplausos)

Gracias, gracias, no hay de qué. Por favor. No, si yo no... gracias, gracias... que me emociono... ay, qué pueblo este, sniff... por favor...

Anónimo dijo...

en síntesis: arrancacorazones

Anónimo dijo...

Es verdad. Hay una parte del video en la que se escucha, al respecto de los saqueos, "te podrá gustar o no el pobre chino, si paga o no sus impuestos, pero eligió este país..."

Anónimo dijo...

Las argumentaciones son todas buenas.

Los chistes, todos malos.
Seriamente. No hay doble lectura.

La ácida re-interpretación sí es graciosa.

Abrazos

Anónimo dijo...

Pablo: ya empecé con el backup de abril en un nuevo documento.
NS.