jueves, febrero 05, 2009

Fútbol, uno



De vez en cuando, Gould bajaba e iba a situarse al borde del campo, atrás del arco de la derecha, junto al profesor Taltomar. Pasaban decenas de minutos sin decirse nada. Mirando siempre fijamente hacia el campo. El profesor Taltomar ya tenía sus años y, a sus espaldas, miles de horas mirando fútbol. El juego le importaba relativamente poco. Él contemplaba a los árbitros. Los estudiaba. Mantenía siempre en sus labios un cigarrillo sin filtro, apagado, y murmuraba frases como “lejos de la jugada” o “ley de ventaja, idiota”. A menudo sacudía la cabeza. Era el único que aplaudía acciones como una expulsión o la repetición de un penal. Tenía algunas certezas discutibles que resumía en una máxima con la que desde hacía años terminaba cualquier discusión: “las manos en el área son siempre voluntarias, el fuera de juego nunca es dudoso, las mujeres son todas unas putas”. Sostenía que el universo era “un partido jugado sin árbitro”, pero, a su manera, creía en Dios: “es juez de línea y se equivoca en todos los fueras de juego”. Una vez, medio borracho, admitió haber sido árbitro, cuando era joven. Después se sumió en un misterioso silencio.

Gould le atribuía, no sin razón, un conocimiento desmesurado del reglamento, e iba a buscar en él lo que no conseguía encontrar en los insignes académicos que cotidianamente lo entrenaban para el Nobel: la certeza de que el orden era una propiedad del infinito. Así, lo que ocurría entre ellos era lo siguiente:

1- Gould llegaba y, sin tan siquiera saludar, se ponía junto al profesor, mirando fijamente al campo.
2- Durante decenas de minutos, no intercambiaban ni una palabra ni una mirada.
3- En cierto momento, Gould, sin dejar de mirar el juego, decía algo como: “Centro por la derecha, el delantero golpea al vuelo con la parte interior del pie derecho, le da de lleno al travesaño, que se rompe por la mitad, la pelota hace carambola con el árbitro, llega a los pies del extremo derecho que con la planta del pie derecho patea rozando el poste donde un defenor la para con una mano y despeja a la buena de Dios.”
4- El profesor Taltomar se tomaba su tiempo en sacar de sus labios el cigarrillo y sacudir una ceniza imaginaria. Después escupía al suelo alguna hebra de tabaco y murmuraba quedo: “Partido suspendido hasta arreglar el travesaño, con la consiguiente reclamación al club local por falta de mantenimiento del terreno de juego. Al reiniciarse el partido, penal contra el equipo visitante, y tarjeta roja para el defensor. Un partido de suspensión, si no hay apelación.”
5- Durante un rato seguían, sin comentarios, mirando el terreno de juego.
6- En cierto momento, Gould se marchaba de allí diciendo “Gracias, profesor”.
7- El profesor Taltomar murmuraba sin darse vuelta “Cuídate, hijo”.

Ocurría más o menos una vez por semana.

A Gould le gustaba mucho.

Los chicos necesitan certidumbres.

Una última cosa importante sucedía en aquel campo. De vez en cuando, mientras Gould estaba con el profesor, un balón salía rodando hacia fuera, hacia donde ellos estaban. A veces pasaba justo a su lado y se detenía unos metros más allá. Entonces, el arquero daba algunos pasos hacia ellos y gritaba: “¡La pelota!” El profesor Taltomar no movía ni un músculo. Gould miraba el balón, miraba al portero, y después se quedaba inmóvil.
-¡La pelota, por favor!

Turbado, acababa mirando al vacío, delante de sí, quedándose inmóvil.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Los chicos necesitamos certidumbres.



Muy bueno.... ¿Mr. L>S>D>A?


NS

Anónimo dijo...

me gustó. saludos!
MeGalómano!

Anónimo dijo...

ahh antes de que me olvide eso es de Alessandro Baricco no?
Ahora si, saludos.
MeGalómano!

L>S>D>A dijo...

Es de Baricco. City. Librazo.

Ojo, porque dice "Uno".

Eso quiere decir que hay un "Dos". Y un "Tres".

Saludos.