sábado, enero 07, 2006

Moralismo para intelectuales

El siguiente texto fue extraído del libro "Umberto Eco y el fútbol", de Peter Pericles Trifonas. Me encantaría comentarlo, pero me parece excesivo atacarlos con semejante texto y adjuntar una opinión. Simplemente deseo bosquejar esta postura, demostrar que existe. Y compartirla para que ustedes me digan qué los hizo pensar. Un saludo enorme.
L>S>D>A
I
Antes del fútbol, era el
signo.
Tal como ha señalado Eco, los signos no poseen un vínculo análogo, motivacional o correlacional con aquello que representan en la realidad, porque se generan de forma arbitraria y funcionan como mediadores en nuestra percepción de la realidad. Un signo es un "interpretante" de la experiencia, una herramienta mental idiosincráticamente construida que utilizamos para referirnos al mundo y para entenderlo.

El signo es todo superficie, proyección, imagen: competo en sí mismo y para sí mismo. Por ende, posee una fuerza directriz propia que cuestiona la reciprocidad de un modelo de comunicación bilateral. Emite su propia lógica interna e untenta dejar clara su razón de ser para que todos la vean, o quizás para que la pasen por alto. El signo re-presenta la información y enmascara la realidad mediante su poder para iniciar y ejercer una forma de violencia simbólica sobre quienes asumen, crean y perciben los valores del signo como un modelo de realidad.

En otras palabras, la fuerza semiótica de su re-presentación de la información subraya los efectos de su mensaje en la medida en que los efectos del signo son son interiorizados por el espectador/consumidor de la imagen. El espectador/consumidor no puede alterar la forma del signo, sino tan sólo imbuirse de su intencionalidad y completarla mediante respuestas estéticas y cognitivas, conscientes e inconscientes en relación con la imagen. Por un lado esto significa que el signo en sí mismo es intransitorio, sujeto y objeto a la vez, y no necesita ningún complemento mediador a modo de predicado subjetivo que ponga en marcha su significado. De hecho, se basta como representación simbólica de su propio significado.

Por otro lado, el signo es su propia pedagogía. Enseña, pero necesita un espectador/consumidor para llenar los límites intencionales y extencionales de su potencial comunicativo en cuanto herramienta productora de significado.

Así pues, ¿qué significa el signo del "fútbol"? ¿Qué promesa encierra? ¿Qué papel cumple en la cultura? ¿Cuáles son las fuentes y los campos de aplicación de la violencia real y simbólica del fútbol? ¿Cuál es su pedagogía?

II

Ludi
Circenses.


Umberto Eco lee el fútbol como una neurosis de la cultura, como la manifestación de una grave perversión de la psique humana para la que no existe explicación razonable ni cura eficaz. Para quienes caen bajo sus enfermizos efectos, no hay tratamientos definitivos, terapia indolora ni intervención médica que valga. Sólo hay el sufrimiento infinito de contemplar la exquisita agon del juego que se disputa en el campo de juego cada domingo de campeonato. Tal es la dicha y la maldición del amante del fútbol. Lo irónico del caso es que el castigo es autoinflingido. ¿O no? La teoría de que el fútbol es una psicopatología del deseo reprimido es una de las preferidas de Eco.

(...) los espectadores –es decir, la mayoría- que se comportan exactamente como cuadrillas de maníacos sexuales que fueran, no una vez en la vida, sino todos los domingos, a Amsterdam para ver cómo una pareja hace, o finge hacer, el amor (o como aquellos niños paupérrimos de mi infancia a quienes se prometía llevarles a ver cómo los ricos tomaban helados)."

Es casi imposible o echar mano de la teoría freudiana de la conducta obsesiva compulsiva y el voyeurismo para describir la condición psíquica del hincha. Todos los domingos, sin falta, afirma Eco, los estadios se llenan a rebosar de cuerpos humanos sin otro motivo que el hecho de que allí se celebra un partido. Al igual que la fascinación aparentemente ilógica, observada por Freud, del niño que juega a solas con un carrete de hilo vacío en ausencia de su madre y se repite a sí mismo "fort-da" (no está-acá está) con gran expectación mientras lanza el carrete y luego lo recupera, el aficionado al fútbol está condenado a repetir una experiencia pasada. No hay alternatica, o al menos no una alternativa consciente, ya que es el subconciente el que sale a relucir en el campo de fútbol y el estadio. (N. de L>>S>D>A: ¡!)

La compulsión repetitiva es lo que Freud llama la necesidad de llenar el vacío de la pérdida de significado provocada por la ausencia de la madre, que por supuesto representa todo lo bueno y puro en el mundo del niño. De hecho, la madre es el mundo del niño, al ser la que satisface todos sus deseos y necesidades. Como el niño que en ausencia de la madre necesita sustituir la angustia de la pérdida con la presencia plena del carrete, en la cual volcará todas sus emociones –las de alegría y las de sufrimiento- creando así una sensación de plenitud infinita, el aficionado al fútbol necesita y anhela el fútbol por encima de todo lo demás. No existe sustituto posible, o al menos evidente. Esta teoría freudiana vendría a abonar las conclusiones de Eco sobre la motivación de los aficionados al fútbol (aunque debo reconocer que he presentado esta teoría con mucho gusto). (N. de L>>S>D>A: ¡¡¡!!!)

Pero ahora viene lo mejor. En cuanto espectador y no participante en el juego en sí, además de ser un obsesivo compulsivo, el aficionado al fútbol es incluso peor que el pobre niño sin madre freudiano, porque su relación con el fútbol es indirecta, y por tanto voyeurística. La incapacidad para realizar el acto (la connotación sexual es intencionada) genera la necesidad de la emoción subsidiaria de observar con el fin de estimular –subliminal y físicamente- la liberación de la ansiedad (sexual) mediante una forma de placer visual que afecta al cuerpo. El interés del espectador en el juego es, por consiguiente, una experiencia transitiva –totalmente incompleta en sí misma y, al fin y al cabo, insatisfactoria- y se convierte en un estímulo visual sustitutivo que busca reemplazar la experiencia real de jugar al fútbol, pero que nunca lo llega a hacer (N. de L>>S>D>A: ¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿???!!!!!!!!). Así, pues, el aficionado necesita su partido todos los domingos de campeonato del mismo modo que los obsesos sexuales frustrados que Eco describe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante.

Prometo ampliar.