Fueran al evento que fueran, Romina y Walter atraían las miradas más indiscretas y los deseos más ocultos. Ellas parecían las más afectadas por su presencia. Las de veinte solían mirarle el cuerpo a Romina y alegar, ante un jurado más que invisible, el vaciamiento de cualquier tipo de células vivas en el cerebro de la otra. Como si detrás de ese cuerpo existiera la nada. Las de treinta y cuarenta afirmaban que su look no les gustaba, que era demasiado promiscuo. Después, miraban a sus maridos buscando algún tipo de aprobación de esas fantasías en las que ellas eran las más perras de todas las perras. Las de cincuenta en adelante recordaban la época en que usar esa clase de vestidos podría haber significado un embarazo. Según las monjas. Todas y cada una de las que había visto a Romina repetían una y otra vez que no les gustaba, que era linda pero que ellas no eran lesbianas. Ellos se detenían primero en los labios carnosos. Imaginaban lo que esa boca y esa lengua serían capaces de hacer. Sentían sus caras entre esos pechos de tamaño descomunal y por último admiraban el culo que parecía esculpido por Miguel Ángel. Pasados esos primeros cinco minutos las miradas femeninas y masculinas se dirigían a Walter. La tarea era más fácil. Había que recordar los bíceps y los triceps y los abdominales y las pantorrillas que alguna vez todos habían visto por televisión. Bastaba con ver ese pelito rubio de bebé y esos maxilares fuertes o imaginar si llevaba bóxer o slip.
Aquella fiesta no era una más. La había organizado una productora de cine para celebrar el lanzamiento de un documental acerca de las vaginas en la Ciudad de Buenos Aires. Sus formas. Sus tamaños. Sus particularidades. Walter y Romina aprovecharon la ocasión para festejar su segundo aniversario, el fin de un contrato y la posible renovación de otro. Romina tenía un corsette negro que no sólo le hacía perder el aliento a ella. Walter llevaba un traje que resaltaba el gris de sus ojos. Nadie más que ellos sabía lo que allí celebraban. Guardaron silencio. Decidieron esparcirse entre la gente. La banda de rock del momento sincronizaba su música con las vaginas. Muchachas desnudas ofrecían kilos de apio con roquefort y nueces y permitían que los asistentes besaran sus vulvas cuando tomaban un canapé. Tampoco faltaron las ostras, servidas por mozos que usaban sus miembros como elemento de apoyo. Hombres y mujeres debían descender hasta sus penes para rociar con limón la ostra y comer el fruto del mar. De postre: Bombones con formas eróticas. De souvenir: muñecas inflables para el bolsillo del caballero y vibradores para la cartera de la dama.
Todos comentaban que Romina y Walter debían sentirse como peces en el agua. Que después de todo lo que se había dicho... Que después de los videos...
Todos comentaban que Romina y Walter debían sentirse como peces en el agua. Que después de todo lo que se había dicho... Que después de los videos...
Se habían cruzado por primera vez en Buenos Aires pero la primera cita fue en México. Él había ido a representar a Argentina en el Sudamericano. Jugaba de nueve y era la primera vez que vestía la camiseta de la selección. Ella era una modelo argentina que terminaba un curso de castellano neutro que le exigían para conducir de un programa de tv sobre sexo y globalización. Se encontraron en una fiesta después del partido en el que Argentina venció a México por uno a cero. Como todos los hombres, Walter imaginó las delicias que podrían hacer esos labios y la suavidad de esas tetas y lo perfecto de la cola. Después le miró los ojos y media hora más tarde pudo pronunciar las primeras palabras. Estaban en el balcón de un penthouse millonario. Se dieron de comer en la boca tacos y burritos con chiles y locotos y otras cosas picantes. Tomaron cerveza y hablaron. De sus familias. De fútbol. Del modelaje. De la televisión. De los ojos de ella. De la sonrisa de él. De las ideas de ella. Del culo de él. Se quedaron hablando hasta el día siguiente en una habitación. Ella debía asistir a su clase de castellano neutro y él debía volver a su club. Ella le dejó un papelito con su dirección de e mail y salió primero. Él se levantó dos horas más tarde y lo guardó.
Pasaron unos meses hasta que pudieron encontrarse de nuevo. Fue en Buenos Aires. En el restaurant de un hotel. De esa noche quedaron un par de fotos robadas por los paparazzis y la promesa de volverse a ver.
Pasaron unos meses hasta que pudieron encontrarse de nuevo. Fue en Buenos Aires. En el restaurant de un hotel. De esa noche quedaron un par de fotos robadas por los paparazzis y la promesa de volverse a ver.
La tercera cita fue en el departamento de ella. Walter se quedó sin habla apenas entró. Por los cirios pascuales. Por los candelabros. Por las paredes negras y moradas. Por las cadenas que colgaban de las paredes negras y moradas. Por las palabras de Romina, que le dijo que antes de poder tener sexo debían firmar un contrato. Walter no vaciló. Quería tener a esa mujer que había sido mujer de los políticos y los empresarios más importantes del país. Aquella que había sido protagonista de los chimentos más calientes de los programas de la tarde y de esos videos... En uno se le veía en un consultorio odontológico. Tirada en la silla. Masturbándose con el torno mientras su dentista (Mujer. Cincuenta y seis años. Argentina) le refregaba sus tetas, como uvas pasas por la cara. Algunos comentaron que se trataba de una operación de prensa; nunca se supo. Lo cierto es que Walter estaba a punto de firmar un contrato.
Ella le dijo que primero debían unir sus sangres. Sacó una jeringa y una aguja. Cerró los ojos y comenzó a desabrocharse los botones del corsette verde musgo. Uno a uno. Los botones. Despacio. Gimiendo. Mojándose los labios con la punta de la lengua. Después le sacó la remera a Walter. Quedaron los dos con el torso desnudo. Ella invocó a Afrodita en algún idioma extraño. Extendió el brazo izquierdo de Walter y le clavó la aguja. Como un puñal. Ella puso los ojos en blanco, se clavó la aguja, la misma, en el brazo derecho y con la mano izquierda tiró de la jeringa hasta llenarla. Ahí estaban las dos sangres. Rojas. Moradas. Calientes. Puras. Romina le dio un lazo de seda para que la herida y mezcló los fluidos. Los echó en dos frasquitos de vidrio. Le dijo a Walter que siempre debía llevarlo con él. Que en caso de robo/extravío/rotura/ la maldición sería eterna. Ella se lo ató al cuello con una cadena de oro. Después llevó un papel de impresora y escribió:
Contrato entre la señorita Romina María Vannieuwenhovenchoff y Walter Jerónimo Pérez:
El señor Walter Jerónimo Pérez se compromete bajo palabra de honor a ser esclavo de la señorita Vannieuwenhovenchoff. A cumplir incondicionalmente durante el periodo de 24 meses todos sus deseos y sus órdenes.
Contrato entre la señorita Romina María Vannieuwenhovenchoff y Walter Jerónimo Pérez:
El señor Walter Jerónimo Pérez se compromete bajo palabra de honor a ser esclavo de la señorita Vannieuwenhovenchoff. A cumplir incondicionalmente durante el periodo de 24 meses todos sus deseos y sus órdenes.
La señorita Vannieuwenhovenchoff podrá exigir lo que desee y en caso de incumplimiento deberá castigar a su esclavo de la forma que considere más apropiada. Los castigos irán desde lo más leve hasta las formas más crueles de tortura que hayan existido. El esclavo podrá se torturado física e intelectualmente no pudiendo proferir grito alguno (tampoco palabras o gemidos). Si así lo hiciera deberá permanecer durante dos horas parado en la esquina superior del baño, mirando a la pared, sin posibilidad de comer ningún tipo de dulce antes/durante/después de la cena.
El señor Pérez podrá dirigirse a su dueña sólo en pretérito pluscuamperfecto y sin mirarla a los ojos. Al finalizar cada frase está obligado a pronunciar correctamente el apellido de su ama.
La señorita Vannieuwenhovenchoff será la única habilitada para establecer una cita sexual. En tal caso lo hará con quince días de anticipación. Ella elegirá el lugar y la pose. Queda asentado en estas líneas que ella también gemirá y hablará en pluscuamperfecto. Que cuando llegue al orgasmo permanecerá en silencio. Que está en su derecho de incluir en el acto sexual a cualquiera de sus mascotas siendo éstas: el pez payaso Alberto, el axolotl Leopoldo y la chihuahua Shangai.
El señor Pérez deberá dedicar ocho horas diarias al cuidado de su ama. Cinco horas en tiempos de concentración.
El señor se compromete a lavarse después de cada partido con alcohol etílico y a tardar menos de 30 minutos en llegar a los aposentos de la señorita Vannieuwenhovenchoff.
El esclavo ofrecerá todos los primeros viernes de cada mes como ofrenda un pollito decapitado de las afueras de la ciudad. Todos los sábados Pérez deberá asistir al supermercado con el fin de abastecer las alacenas de su ama.
El señor Pérez renuncia, mediante este contrato, a hacer cualquier petición a su dueña y a tener contacto sexual con otras señoritas.
Ratifican este contrato:
Martín Jerónimo Pérez y Romina María Vannieuwenhovenchoff.
Tardaron dos horas en redactar el documento. Romina le ordenó a Walter que bajara a fotocopiarlo. Él le dijo que a esa hora nadie le iba a hacer una fotocopia. La miró y se lo dijo. Dos errores. Los primeros. Ella le advirtió que el castigo vendría después de que las fotocopias estuvieran en sus manos. Walter recorrió media ciudad hasta que en un locutorio, un hincha se apiadó de él e hizo las copias con un fax. Cuando volvió le pidió permiso a su dueña para entrar a la pieza. Le dejó las fotocopias en la cama y ella las rompió en pedacitos. Le dijo que el original se quedaba en casa y que si algo le pasaba le iba a salir muy caro. Le gritó que se preparara para su castigo. Lo ató de pies y manos a la cama. Le quemó el abdomen con cenizas de sahumerio. Se desnudó y se acostó a su lado. Con el pelo suelto sobre su espalda. Con los labios como haciendo pucherito. Con una mano que caía, inocente, sobre su pubis. Desnuda. Lo mantuvo despierto durante doce horas. Derrochando sexo. Y Walter no pudo hacer nada. Pensó que todo eso valía la pena. Que así la primera noche juntos sería...
Martín Jerónimo Pérez y Romina María Vannieuwenhovenchoff.
Tardaron dos horas en redactar el documento. Romina le ordenó a Walter que bajara a fotocopiarlo. Él le dijo que a esa hora nadie le iba a hacer una fotocopia. La miró y se lo dijo. Dos errores. Los primeros. Ella le advirtió que el castigo vendría después de que las fotocopias estuvieran en sus manos. Walter recorrió media ciudad hasta que en un locutorio, un hincha se apiadó de él e hizo las copias con un fax. Cuando volvió le pidió permiso a su dueña para entrar a la pieza. Le dejó las fotocopias en la cama y ella las rompió en pedacitos. Le dijo que el original se quedaba en casa y que si algo le pasaba le iba a salir muy caro. Le gritó que se preparara para su castigo. Lo ató de pies y manos a la cama. Le quemó el abdomen con cenizas de sahumerio. Se desnudó y se acostó a su lado. Con el pelo suelto sobre su espalda. Con los labios como haciendo pucherito. Con una mano que caía, inocente, sobre su pubis. Desnuda. Lo mantuvo despierto durante doce horas. Derrochando sexo. Y Walter no pudo hacer nada. Pensó que todo eso valía la pena. Que así la primera noche juntos sería...
Ella continuó con la rutina de las grabaciones. Con el sexo y la globalización. Con su castellano neutro. Él preocupó a sus compañeros que lo veían fatigado. Ya no vestía la camiseta de la selección y el pase a un club de Egipto era casi un hecho. Los rumores de alguna enfermedad oculta surgieron cuando los periodistas los vieron bañarse con alcohol después de cada partido. A menudo llegaba a los entrenamientos lesionado o quemado en alguna parte del cuerpo. La prensa del corazón se ocupó del tema y culpó a Romina. Ellos se encargaron de desmentirlo en una entrevista exclusiva. Con un título alentador: “Nuestro amor es el más inocente de todos”. Con una sesión de fotos prohibida para menores de dieciocho, en donde posaron desnudos junto a sus mascotas. Con el tiempo Romina pasó a controlar todos y cada uno de los espacios de la vida de Walter, le intervino los teléfonos, le controló sus mails y erradicó cualquier tipo de intento de masturbación. Walter parecía entregado a morir en el intento. Los pedidos y las órdenes se habían vuelto más extravagantes, y al cabo de un año y medio, todavía no habían tenido sexo.
Una mañana de otoño, época en que se decidía su pase a Egipto, un periodista se le acercó con discreción y arregló un encuentro secreto. A partir de entonces, Walter volvió a brillar en la cancha y el pase no se concretó. Faltaban 3 meses para terminar el contrato y los Romina y Walter siguieron yendo a las fiestas del ambiente, y los dos siguieron siendo amo y esclavo y nunca nadie lo supo. Desde entonces, Walter no mereció ser castigado.
Cuando llegó la invitación a la fiesta de la productora ella le dijo que irían. Que no importaban los periodistas, que harían como siempre, que irían juntos y se perderían entre la gente. Que después sería tiempo de renovar las promesas. Pero mientras Walter y Romina comían ostras de los penes de los mozos y besaban las vaginas de las mozas, el animador de la fiesta anunció una proyección sorpresa. Desde una pantalla un par de profesionales: el ginecólogo Gancedo, la psicóloga Benítez, la peluquera López y la especialista en cavados y en línea de cola hablaron sobre una mujer famosa en el ambiente. Sobre una modelo que ostentaba la sensualidad de una puta pero con su himen intacto.
Cuando llegó la invitación a la fiesta de la productora ella le dijo que irían. Que no importaban los periodistas, que harían como siempre, que irían juntos y se perderían entre la gente. Que después sería tiempo de renovar las promesas. Pero mientras Walter y Romina comían ostras de los penes de los mozos y besaban las vaginas de las mozas, el animador de la fiesta anunció una proyección sorpresa. Desde una pantalla un par de profesionales: el ginecólogo Gancedo, la psicóloga Benítez, la peluquera López y la especialista en cavados y en línea de cola hablaron sobre una mujer famosa en el ambiente. Sobre una modelo que ostentaba la sensualidad de una puta pero con su himen intacto.
Cuando terminó el video Walter llevó a Romina al baño. La puso de espaldas y le apoyó la pija –que estaba encantadoramente poderosa-. Después, la dio vuelta y tras romper el contrato en la cara de su dueña, le arrancó la cadena que sostenía el frasquito con sangre. Agarró el suyo y los tiró contra la pared. Romina se fue corriendo. Sin souvenir. Se fue a su casa. Se fue a su cama. Lloró abrazada a un osito de peluche.
Walter siguió comiendo de las partes de los sirvientes y se divirtió como antes de esa fiesta en México. Las invitadas posaron la vista en otra mujer. En una nueva pareja. Y empezaron a comentar.
2 comentarios:
¿¿FRIVOLIDADES??
Sí, que se haga.
Propongo lunes. O alguna mañana. Sino, avisen con tiempo y digo que estoy enfermo en el diario.
Mmm....
Sí, mechémoslo la semana que viene.
Con respecto al cuento: qué bueno haberme reencontrado con él.
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