Hay una cuestión discursiva de base que intentaré explicar muy sintéticamente. Luego la relacionaré con los medios de comunicación. El punto es que son dos dimensiones diferentes que no es procedente mezclar. ---------
Utilizar el calificativo “cheto” connota -independientemente de la intención de la fuente- un alejamiento del grado bastante más neutral generado por la expresión “rico”. En el caso opuesto, esta distinción puede ser comparable a la diferencia entre “villero” (con la supraliminalidad que excede la alusión geográfica en la que desarrolla su acontecer la persona implicada) y “pobre”. Aclaración pertinente: en este asunto estricto me refiero a “rico” y “pobre” en sus acepciones más básicas y literales: la abundancia o carencia de recursos materiales asociados a la subsistencia de un sujeto.
Entiendo que “cheto” es un calificativo despectivo que circula discursivamente “de abajo hacia arriba”. Es decir, es un calificativo que tiende a ser utilizado por algunos sectores de las clases bajas y medias para tasar a algunos sectores de las clases altas. En rigor, también es utilizado por algunos sectores de las clases altas que encuentran diferencias de actitud y adecuación a las modas frente a otros sectores de su misma clase social.
En el caso contrario, “villero” (o “negrito”, “bolita”, “cabecita”, etcétera), es un calificativo igualmente vertical, sólo que inverso. Éste circula discursivamente “de arriba hacia abajo”. Es propio del código de algunos sectores de las clases altas y medias para calificar a algunos sectores de las clases bajas. Al igual que en el proceso anterior, también es utilizado por algunos sectores de las clases bajas que encuentran diferencias de actitud y adecuación a las modas frente a otros sectores de su misma clase.
Lo que manifiesto es lo siguiente: estamos más acostumbrados a criticar la forma discursiva que corre de “arriba hacia abajo” que la que corre de “abajo hacia arriba”.
Son cientos los trabajos que analizan las fórmulas despectivas y estereotipadoras con las que las clases medias y altas se dirigen a las clases bajas (me remito a la profusa cantidad de trabajos antropológicos, sociológicos y comunicológicos al respecto -solemos hablar de discriminación, pero la discriminación es entendida “de arriba hacia abajo” y nunca, o casi nunca, “de abajo hacia arriba”, pues discrimina el que tiene el poder efectivo de discriminar-).
En el caso inverso, no es tan fácil hallar material que verse sobre las fórmulas despectivas y estereotipadoras con las que las clases medias y bajas se dirigen a las clases altas. Quizá esto se deba a que “los de abajo” son más, y por ende hay una crítica convencionalizada, difundida y aceptada ante los enunciados eyectados por los “de arriba”. Ni qué decir en tiempos del huracán K. (Omito adrede explayarme sobre espirales del silencio y la factibilidad de hallar “enanos fascistas” consuetudinarios que se esconden e ignoran mutuamente tras los filtros de la hipocresía o la presión normativa social propia de la coyuntura. De todos modos, un multimedios supo hacer de los cuasi ocultos “enanos fascistas” su mejor clientela. Es evidente que, sin embargo, la expresión de estos públicos ya no es lo que era hace cinco o más años).
En Latinoamérica, es sabido que las ciencias sociales han tendido a generar producciones intelectuales explicativas de los nomencladores “de arriba hacia abajo”, pero no al revés.
Cotidianamente observo y escucho cómo se critica la opinión que los “de arriba” tienen hacia los “de abajo”. Al contrario, observo muy poco cómo se critica la opinión y los calificativos que los “de abajo” expelen a los “de arriba”.
Todos saltamos como leones en celo cuando escuchamos las expresiones “bolita” o “villero” desde los medios de comunicación. A la inversa, no observo idéntico coraje al momento de utilizar el mismo criterio cuando se habla de “el crimen del nene bien”, “la tragedia del pibe de Recoleta” o “el cheto del barrio cerrado”. Muchos titulares de diarios, radios e informativos televisivos utilizan estas expresiones. Seamos sinceros (¿podemos?): no nos causan tanto rechazo; más bien las aceptamos con cierta sonrisa socarrona, con un sesgo oculto y vengativo del estilo “por fin les tocó a ‘ellos’”. Somos indulgentes ante estos rótulos, los racionalizamos y justificamos, los asimilamos y hasta los repetimos en la primera oportunidad que encontramos disponible. Hay varios modelos teóricos que analizan esta disonancia, pero lo interesante es que nosotros mismos anunciamos esos rótulos con carteles de neón, como si los hubiéramos generado desde nuestro recoveco más meditabundo, con argumentos que sobrepasan las migajas de lo que nos han contado y con las credenciales necesarias para sostenernos impávidamente en la comodidad de nuestro púlpito.
Todo discurso es ideológico, ningún texto es parido sin contexto, ninguna palabra es inocente.
Como ya se sabe, el soporte es complejo, sistémico, sociocultural e histórico-político. El discurso predominante del momento en que nos toca vivir ha tendido a consensuar y a calibrar que decirle “bolita” a un pobre morochón es aberrante, pues rompe con el contrato ético-discursivo establecido en el aquí y en el hoy. Recordemos que el mismo Blumberg, por una serie de expresiones poco felices que iban de “arriba hacia abajo”, fue condenado a la ignominia, aun por los mismos medios que hasta último momento lo apoyaron. La cosa se hizo insostenible hasta para los más beligerantes de su causa, pues el líder había quedado en flagrante offside ante el discurso contemporáneo (rígido en su maleabilidad) que supo perdonarle hasta allí alguna que otra discordia con los límites fijados por el paradigma.
Es axiomático que (hoy) no sucede lo mismo en el caso inverso.
El caso inverso, el de la increpación “de abajo hacia arriba”, es previsible y funcional. Sostengo que la rotulación peyorativa “de abajo hacia arriba” ya no es revolucionaria, al menos no en el 2006 y bajo cualquiera de las formas en las que la sigo observando. Fue revolucionaria y jugada hace una treintena de años, pero ya no. Hoy el sistema (odio la palabra “sistema”, pero a falta de otra más actual en mi memoria valga esta) hace su merchandising y se llena el estómago con revoluciones discursivas de cotillón. Hoy la revolución (lamentablemente, si me preguntan) está en el yogur Ser con cereales, y el enemigo es el rollo lípido-epitelial que crece alrededor de la cintura. Lo demás, salvo singularidades, es -repito- cotillón.
Mientras que los calificativos hacia abajo son repudiados, los calificativos hacia arriba parecen ser comprensibles, en ocasiones justificables, y en algún que otro caso percibidos y difundidos como necesarios. El sostén y la tolerancia pasan por reconocer qué tipo de discurso está en boga (y que esté en boga implica inferir cuál es su grado de inclusión y aceptación por parte del “sistema”).
Los medios tienen sus rutinas y sus lógicas de producción de acuerdo con el sector económico al cual responden en relación con el segmento de receptores al cual se dirigen o intentan dirigirse. Los medios son las usinas más importantes de venta de consumidores a los anunciantes que deciden pautar en aquellos. Lo demás es perogrullo. Esto no es nuevo ni me preocupa aquí, pues también hay miles de trabajos de investigación al respecto y yo no puedo aportar ninguna innovación. En lo que sí quiero reparar es en una posible paradoja.
La paradoja es enjuiciar conclusiva y negativamente los pormenores de la construcción y difusión mediática de los acontecimientos mientras que, al mismo tiempo, utilizamos esos mismos patrones (y calificativos) para enjuiciar la realidad anunciada por esos mismos medios. (Si nos acometiere la pulsión erudita, denomínense esos patrones de la siguiente manera: frames, esquemas cognitivos, imágenes mentales, marcos psicosocio-explicativos, constructos temático-valorativos, etcétera).
Tomamos ingredientes y hacemos malabares. Salvo excepciones, recibimos y asimilamos únicamente ingredientes. Que no lo queramos reconocer, o que reneguemos de ello e igualmente insistamos en erigirnos es tribunal moral, es otra cosa. Tomamos un par de palabras dichas en la radio, más unas cuantas imágenes (fragmentadas, editadas) de la TV. Tomamos unos cuantos dichos del periodista que intenta anclar las yuxtaposiciones audiovisuales (el mismo periodista que no tiene conocimiento acabado de lo ocurrido -sólo presenta-, y al que le urge simplificar lo complejo por razones de tiempo y comprensión del público estándar). Tomamos las afirmaciones de un movilero que muchas veces poco más sabe de lo que ocurrió que la señora que vive en la esquina y que le contó (todo por salir en la TV o en la radio) lo que ella creyó ver u oír (o que oyó de un tercero que a su vez creyó ver lo que vio). Con todos estos ingredientes armamos nuestro pastel y enjuiciamos la realidad. Eso sí, la enjuiciamos titánicamente, sin pudor, sin concesiones, sin tambalearnos en el escenario.
Criticamos a los medios, pero evaluamos la realidad utilizando los fragmentos que ellos nos dieron.
¿Cuánto más sabemos del pibe de Recoleta que aquello que los medios -los medios están manejados por personas- nos contaron? ¿Cuánto más sabemos de la “negrita” al que un pibe “raro” empotró en un lavarropas? ¿O de aquel nene “villero” al que unos policías hicieron nadar en el río pestilente hasta ahogarse? ¿O de un tal Axel Blumberg, un “nene bien”, un “cheto” post-morten convenientemente mediático?
No sé absolutamente nada del chiquito (por favor, era un nene al que reventaron a golpes, independientemente de su “buen pasar”, de su semipiso en Recoleta, de sus “padres que meten miedo”, de que ese nene nunca haya trabajado de 9 a 18 para ganarse un sueldo mensual). Sólo tengo las cenizas que encontré en los medios -los medios están manejados por personas como yo, que quizás, y en el peor de los casos extremos, piensan menos que yo-. Y si alguien me dice “bueno, ya sabés algo… ya tenés material para emitir un juicio categórico”, ese alguien ahora sabrá entender que –con mis disculpas de por medio- yo decida escaparme raudo hacia otros lugares menos fáciles.
Sólo sé que mataron a golpes a un pibe que (cheto o no, villerito o no), no debería haber muerto así. Lo padres, los semipisos, la esquina, la cloaca, los medios, Blumberg, los juicios sobre la nada (en síntesis, la circunstancia), me importa bien poco.
Trazando un paralelo algo forzado, poco sé de Cromañón. Me preocupan algunos padres, no porque hayan dejado ir a ese tipo de lugares a sus hijos (mis padres también lo hicieron), sino porque no supieron/quisieron/pudieron enseñarles que hay que saber escapar de un ámbito cuando la ecuación da un número menor a cero. Y esta sí que es una cuestión de grueso peso cultural. Y tengo la duda de hasta dónde fue un verdadero y fatal imponderable inherente a las características de la cultura que nos tocó vivir y que compartimos y sostenemos (repito: sostenemos) por acción u omisión (cultura que no nació de un repollo o por gracia del Espíritu Santo). Hasta dónde el imponderable, hasta dónde la desidia, hasta dónde lo que hemos construido o dejado construir. Me preocupan (y fue tema de conversación con Flor) las argumentaciones de los músicos al momento de intentar abordar críticamente lo que sucedió. Por supuesto, mi preocupación también conserva la cautela de pensar qué grado de pensamiento crítico podría tener yo si hubiese sido protagonista directo de lo ocurrido. Me preocupa mucho, pero carezco de la cabeza para enjuiciar con fundamento en casos tan dramáticos y excepcionales. La experiencia es la tierra que cubre el sarcófago de los ideales. Sobre esto ya he escrito antes aquí en el blog.
Me preocupo (y me preocupo en serio, pues esto este tipo de episodios satisfacen la materia sobre la cual configuro mi trabajo, mis escritos y mi tesis). Aun así, la diosa Prudencia me llama a ser precavido en mis juicios hacia cada uno de todos esos actores: los muertos, los vivos, los padres, los medios, los villeritos, los chetitos y mi propia cabeza.
Criticamos a los medios, pero evaluamos la realidad utilizando los fragmentos que ellos nos dieron. La serpiente se muerde la cola: somos los principales compradores del buzón que nosotros mismos pusimos a la venta.
En síntesis, son dos cosas muy distintas. Una es lo que dicen los medios, otra el manejo del discurso que empleamos. Las dos pueden ir de la mano (la más de las veces lo van), pero eso no quita que sean esferas diferenciables. En el ímpetu las mezclamos; en el pensamiento meditado las diferenciamos para luego relacionarlas críticamente (sin licuadora estilo zapping).
Tengo “un amigo” que está haciendo algo así como una tesis doctoral al respecto. Eso sí, “mi amigo” está aprendiendo a juzgar cada vez menos a partir de las esquirlas que trae el viento, y a intentar comprender un poco más y un poco mejor.
Le dije a “mi amigo” que se está poniendo viejo. Como única respuesta, “mi amigo” me rompió la nariz con un escatológico puñetazo.
Me sigo emocionando como un pebete con estos comentarios. Pertenecen a un tipo de intelecto, precisión y espontaneidad que admiro, y que (a esta altura) ya sé que podría identificar con nombre y apellido entre cientos. Incluso con los ojos cerrados y música de Kenny G de por medio.
"Ahora sí volvimos" me suena tan fraterno como el perfume que huelo al abrir la puerta para ir a jugar.
(Casi digo "gracias", pero decidí omitirlo por cuestiones de experiencia al respecto).
No te preocupes. Qué bueno que escribiste, pues acababa de entrar con la idea de borrar mi texto "iracundo".
Hay algo que no entiendo: ¿cómo se hace para poner palabras en negritas o en itálicas? Sigo la instrucción que está arriba de este recuadro y me lo rebota como inválido.
Ejemplo: quiero poner en negritas la palabra "inválido". Por lo tanto pongo la b entre los signos mayor y menor, la palabra inválido, y nuevamente la b entre los signos mayor y menor (tal como figura en la instrucción). Pero no me lo toma, me dice "Tag is not closed".
Estoy feliz, realmente. Estoy feliz conmigo mismo, no por mi texto, sino por cómo me enganché esta vez. Lo necesitaba.
Esta vuelta me encantó. Hacía meses que no me sentaba a escribir con tantas ganas sobre algo un poco más importante que un chiste sobre Lippmann. Creo que sobra aclarar que el texto tiene errores de muchos tipos, que hay más de una hipótesis escondida tras algunas afirmaciones, que por momentos se pone innecesariamente cínico e iracundo (tenés razón, Flor, y te pido perdón) y que es muy ensayístico más allá de algún que otro argumento.
Es como en la teoría del caos. Flor hizo un comentario de dos líneas casi en simultáneo con lo que estaba viendo por TV y se disparó una catarata única.
No, no. No quise decir eso, pero sé que se entendió así. Y es culpa mía. Al contrario, quise decir que no es una cuestión temática, sino de poder reconocer la forma en que abordamos esos temas (reconocer con qué grado de información contamos particularme cada uno de nosotros). En esto último también fui contradictorio, pues me salió universalista y dogmático. El que se mordió la cola fui yo.
(Aprovecho para probar las negritas que Flor me enseñó a usar).
PD:
¿Vieron esto?
http://www.lanacion.com.ar/796461
Más allá de la "rareza" me gustó el texto y cómo describe la foto.
Esta noche intentaré cargarla como post. A mí me hizo recordar dos cosas: 1) a algunos de los dichos de Roncagliolo sobre la foto periodística (el mismo Peicovich repara en algo similar); 2) a los nuestros comentarios sobre las fotos (como aquella del hombrecito de ligustrina en el sur, o los carteles).
16 comentarios:
Pensamientos:
1)Al menos no venden ceniceros.
2)Al menos no es www.crem.ar
No mataron a un pibe cheto. Mataron a un pibe.
Hay una cuestión discursiva de base que intentaré explicar muy sintéticamente. Luego la relacionaré con los medios de comunicación. El punto es que son dos dimensiones diferentes que no es procedente mezclar.
---------
Utilizar el calificativo “cheto” connota -independientemente de la intención de la fuente- un alejamiento del grado bastante más neutral generado por la expresión “rico”. En el caso opuesto, esta distinción puede ser comparable a la diferencia entre “villero” (con la supraliminalidad que excede la alusión geográfica en la que desarrolla su acontecer la persona implicada) y “pobre”. Aclaración pertinente: en este asunto estricto me refiero a “rico” y “pobre” en sus acepciones más básicas y literales: la abundancia o carencia de recursos materiales asociados a la subsistencia de un sujeto.
Entiendo que “cheto” es un calificativo despectivo que circula discursivamente “de abajo hacia arriba”. Es decir, es un calificativo que tiende a ser utilizado por algunos sectores de las clases bajas y medias para tasar a algunos sectores de las clases altas. En rigor, también es utilizado por algunos sectores de las clases altas que encuentran diferencias de actitud y adecuación a las modas frente a otros sectores de su misma clase social.
En el caso contrario, “villero” (o “negrito”, “bolita”, “cabecita”, etcétera), es un calificativo igualmente vertical, sólo que inverso. Éste circula discursivamente “de arriba hacia abajo”. Es propio del código de algunos sectores de las clases altas y medias para calificar a algunos sectores de las clases bajas. Al igual que en el proceso anterior, también es utilizado por algunos sectores de las clases bajas que encuentran diferencias de actitud y adecuación a las modas frente a otros sectores de su misma clase.
Lo que manifiesto es lo siguiente: estamos más acostumbrados a criticar la forma discursiva que corre de “arriba hacia abajo” que la que corre de “abajo hacia arriba”.
Son cientos los trabajos que analizan las fórmulas despectivas y estereotipadoras con las que las clases medias y altas se dirigen a las clases bajas (me remito a la profusa cantidad de trabajos antropológicos, sociológicos y comunicológicos al respecto -solemos hablar de discriminación, pero la discriminación es entendida “de arriba hacia abajo” y nunca, o casi nunca, “de abajo hacia arriba”, pues discrimina el que tiene el poder efectivo de discriminar-).
En el caso inverso, no es tan fácil hallar material que verse sobre las fórmulas despectivas y estereotipadoras con las que las clases medias y bajas se dirigen a las clases altas. Quizá esto se deba a que “los de abajo” son más, y por ende hay una crítica convencionalizada, difundida y aceptada ante los enunciados eyectados por los “de arriba”. Ni qué decir en tiempos del huracán K. (Omito adrede explayarme sobre espirales del silencio y la factibilidad de hallar “enanos fascistas” consuetudinarios que se esconden e ignoran mutuamente tras los filtros de la hipocresía o la presión normativa social propia de la coyuntura. De todos modos, un multimedios supo hacer de los cuasi ocultos “enanos fascistas” su mejor clientela. Es evidente que, sin embargo, la expresión de estos públicos ya no es lo que era hace cinco o más años).
En Latinoamérica, es sabido que las ciencias sociales han tendido a generar producciones intelectuales explicativas de los nomencladores “de arriba hacia abajo”, pero no al revés.
Cotidianamente observo y escucho cómo se critica la opinión que los “de arriba” tienen hacia los “de abajo”. Al contrario, observo muy poco cómo se critica la opinión y los calificativos que los “de abajo” expelen a los “de arriba”.
Todos saltamos como leones en celo cuando escuchamos las expresiones “bolita” o “villero” desde los medios de comunicación. A la inversa, no observo idéntico coraje al momento de utilizar el mismo criterio cuando se habla de “el crimen del nene bien”, “la tragedia del pibe de Recoleta” o “el cheto del barrio cerrado”. Muchos titulares de diarios, radios e informativos televisivos utilizan estas expresiones. Seamos sinceros (¿podemos?): no nos causan tanto rechazo; más bien las aceptamos con cierta sonrisa socarrona, con un sesgo oculto y vengativo del estilo “por fin les tocó a ‘ellos’”. Somos indulgentes ante estos rótulos, los racionalizamos y justificamos, los asimilamos y hasta los repetimos en la primera oportunidad que encontramos disponible. Hay varios modelos teóricos que analizan esta disonancia, pero lo interesante es que nosotros mismos anunciamos esos rótulos con carteles de neón, como si los hubiéramos generado desde nuestro recoveco más meditabundo, con argumentos que sobrepasan las migajas de lo que nos han contado y con las credenciales necesarias para sostenernos impávidamente en la comodidad de nuestro púlpito.
Todo discurso es ideológico, ningún texto es parido sin contexto, ninguna palabra es inocente.
Como ya se sabe, el soporte es complejo, sistémico, sociocultural e histórico-político. El discurso predominante del momento en que nos toca vivir ha tendido a consensuar y a calibrar que decirle “bolita” a un pobre morochón es aberrante, pues rompe con el contrato ético-discursivo establecido en el aquí y en el hoy. Recordemos que el mismo Blumberg, por una serie de expresiones poco felices que iban de “arriba hacia abajo”, fue condenado a la ignominia, aun por los mismos medios que hasta último momento lo apoyaron. La cosa se hizo insostenible hasta para los más beligerantes de su causa, pues el líder había quedado en flagrante offside ante el discurso contemporáneo (rígido en su maleabilidad) que supo perdonarle hasta allí alguna que otra discordia con los límites fijados por el paradigma.
Es axiomático que (hoy) no sucede lo mismo en el caso inverso.
El caso inverso, el de la increpación “de abajo hacia arriba”, es previsible y funcional. Sostengo que la rotulación peyorativa “de abajo hacia arriba” ya no es revolucionaria, al menos no en el 2006 y bajo cualquiera de las formas en las que la sigo observando. Fue revolucionaria y jugada hace una treintena de años, pero ya no. Hoy el sistema (odio la palabra “sistema”, pero a falta de otra más actual en mi memoria valga esta) hace su merchandising y se llena el estómago con revoluciones discursivas de cotillón. Hoy la revolución (lamentablemente, si me preguntan) está en el yogur Ser con cereales, y el enemigo es el rollo lípido-epitelial que crece alrededor de la cintura. Lo demás, salvo singularidades, es -repito- cotillón.
Mientras que los calificativos hacia abajo son repudiados, los calificativos hacia arriba parecen ser comprensibles, en ocasiones justificables, y en algún que otro caso percibidos y difundidos como necesarios. El sostén y la tolerancia pasan por reconocer qué tipo de discurso está en boga (y que esté en boga implica inferir cuál es su grado de inclusión y aceptación por parte del “sistema”).
Los medios tienen sus rutinas y sus lógicas de producción de acuerdo con el sector económico al cual responden en relación con el segmento de receptores al cual se dirigen o intentan dirigirse. Los medios son las usinas más importantes de venta de consumidores a los anunciantes que deciden pautar en aquellos. Lo demás es perogrullo. Esto no es nuevo ni me preocupa aquí, pues también hay miles de trabajos de investigación al respecto y yo no puedo aportar ninguna innovación. En lo que sí quiero reparar es en una posible paradoja.
La paradoja es enjuiciar conclusiva y negativamente los pormenores de la construcción y difusión mediática de los acontecimientos mientras que, al mismo tiempo, utilizamos esos mismos patrones (y calificativos) para enjuiciar la realidad anunciada por esos mismos medios. (Si nos acometiere la pulsión erudita, denomínense esos patrones de la siguiente manera: frames, esquemas cognitivos, imágenes mentales, marcos psicosocio-explicativos, constructos temático-valorativos, etcétera).
Tomamos ingredientes y hacemos malabares. Salvo excepciones, recibimos y asimilamos únicamente ingredientes. Que no lo queramos reconocer, o que reneguemos de ello e igualmente insistamos en erigirnos es tribunal moral, es otra cosa. Tomamos un par de palabras dichas en la radio, más unas cuantas imágenes (fragmentadas, editadas) de la TV. Tomamos unos cuantos dichos del periodista que intenta anclar las yuxtaposiciones audiovisuales (el mismo periodista que no tiene conocimiento acabado de lo ocurrido -sólo presenta-, y al que le urge simplificar lo complejo por razones de tiempo y comprensión del público estándar). Tomamos las afirmaciones de un movilero que muchas veces poco más sabe de lo que ocurrió que la señora que vive en la esquina y que le contó (todo por salir en la TV o en la radio) lo que ella creyó ver u oír (o que oyó de un tercero que a su vez creyó ver lo que vio). Con todos estos ingredientes armamos nuestro pastel y enjuiciamos la realidad. Eso sí, la enjuiciamos titánicamente, sin pudor, sin concesiones, sin tambalearnos en el escenario.
Criticamos a los medios, pero evaluamos la realidad utilizando los fragmentos que ellos nos dieron.
¿Cuánto más sabemos del pibe de Recoleta que aquello que los medios -los medios están manejados por personas- nos contaron? ¿Cuánto más sabemos de la “negrita” al que un pibe “raro” empotró en un lavarropas? ¿O de aquel nene “villero” al que unos policías hicieron nadar en el río pestilente hasta ahogarse? ¿O de un tal Axel Blumberg, un “nene bien”, un “cheto” post-morten convenientemente mediático?
No sé absolutamente nada del chiquito (por favor, era un nene al que reventaron a golpes, independientemente de su “buen pasar”, de su semipiso en Recoleta, de sus “padres que meten miedo”, de que ese nene nunca haya trabajado de 9 a 18 para ganarse un sueldo mensual). Sólo tengo las cenizas que encontré en los medios -los medios están manejados por personas como yo, que quizás, y en el peor de los casos extremos, piensan menos que yo-. Y si alguien me dice “bueno, ya sabés algo… ya tenés material para emitir un juicio categórico”, ese alguien ahora sabrá entender que –con mis disculpas de por medio- yo decida escaparme raudo hacia otros lugares menos fáciles.
Sólo sé que mataron a golpes a un pibe que (cheto o no, villerito o no), no debería haber muerto así. Lo padres, los semipisos, la esquina, la cloaca, los medios, Blumberg, los juicios sobre la nada (en síntesis, la circunstancia), me importa bien poco.
Trazando un paralelo algo forzado, poco sé de Cromañón. Me preocupan algunos padres, no porque hayan dejado ir a ese tipo de lugares a sus hijos (mis padres también lo hicieron), sino porque no supieron/quisieron/pudieron enseñarles que hay que saber escapar de un ámbito cuando la ecuación da un número menor a cero. Y esta sí que es una cuestión de grueso peso cultural. Y tengo la duda de hasta dónde fue un verdadero y fatal imponderable inherente a las características de la cultura que nos tocó vivir y que compartimos y sostenemos (repito: sostenemos) por acción u omisión (cultura que no nació de un repollo o por gracia del Espíritu Santo). Hasta dónde el imponderable, hasta dónde la desidia, hasta dónde lo que hemos construido o dejado construir. Me preocupan (y fue tema de conversación con Flor) las argumentaciones de los músicos al momento de intentar abordar críticamente lo que sucedió. Por supuesto, mi preocupación también conserva la cautela de pensar qué grado de pensamiento crítico podría tener yo si hubiese sido protagonista directo de lo ocurrido. Me preocupa mucho, pero carezco de la cabeza para enjuiciar con fundamento en casos tan dramáticos y excepcionales. La experiencia es la tierra que cubre el sarcófago de los ideales. Sobre esto ya he escrito antes aquí en el blog.
Me preocupo (y me preocupo en serio, pues esto este tipo de episodios satisfacen la materia sobre la cual configuro mi trabajo, mis escritos y mi tesis). Aun así, la diosa Prudencia me llama a ser precavido en mis juicios hacia cada uno de todos esos actores: los muertos, los vivos, los padres, los medios, los villeritos, los chetitos y mi propia cabeza.
Criticamos a los medios, pero evaluamos la realidad utilizando los fragmentos que ellos nos dieron. La serpiente se muerde la cola: somos los principales compradores del buzón que nosotros mismos pusimos a la venta.
En síntesis, son dos cosas muy distintas. Una es lo que dicen los medios, otra el manejo del discurso que empleamos. Las dos pueden ir de la mano (la más de las veces lo van), pero eso no quita que sean esferas diferenciables. En el ímpetu las mezclamos; en el pensamiento meditado las diferenciamos para luego relacionarlas críticamente (sin licuadora estilo zapping).
Tengo “un amigo” que está haciendo algo así como una tesis doctoral al respecto. Eso sí, “mi amigo” está aprendiendo a juzgar cada vez menos a partir de las esquirlas que trae el viento, y a intentar comprender un poco más y un poco mejor.
Le dije a “mi amigo” que se está poniendo viejo. Como única respuesta, “mi amigo” me rompió la nariz con un escatológico puñetazo.
NS
Ahora sí volvimos.
Me sigo emocionando como un pebete con estos comentarios. Pertenecen a un tipo de intelecto, precisión y espontaneidad que admiro, y que (a esta altura) ya sé que podría identificar con nombre y apellido entre cientos. Incluso con los ojos cerrados y música de Kenny G de por medio.
"Ahora sí volvimos" me suena tan fraterno como el perfume que huelo al abrir la puerta para ir a jugar.
(Casi digo "gracias", pero decidí omitirlo por cuestiones de experiencia al respecto).
NS
Mientras me escabullo por unos cuantos días, y sobre el tópico primigenio, imagino un local urbano con el siguiente cartel:
"Arbeit, Macht & Frei -gasistas matriculados-"
Y me olvidé hasta que me acordé.
Algo que no alcancé a codificar en todo su sentido es: "Bueno, sí, si querés mataron a un pibe".
¿Si quiero?
No se trata de lo que yo quiera o deje de querer. La realidad (lo viene demostrando desde hace milenios) sabe arreglárselas solita sin mi querer.
No te preocupes. Qué bueno que escribiste, pues acababa de entrar con la idea de borrar mi texto "iracundo".
Hay algo que no entiendo: ¿cómo se hace para poner palabras en negritas o en itálicas? Sigo la instrucción que está arriba de este recuadro y me lo rebota como inválido.
Ejemplo: quiero poner en negritas la palabra "inválido". Por lo tanto pongo la b entre los signos mayor y menor, la palabra inválido, y nuevamente la b entre los signos mayor y menor (tal como figura en la instrucción). Pero no me lo toma, me dice "Tag is not closed".
Pucha.
Estoy feliz, realmente. Estoy feliz conmigo mismo, no por mi texto, sino por cómo me enganché esta vez. Lo necesitaba.
Esta vuelta me encantó.
Hacía meses que no me sentaba a escribir con tantas ganas sobre algo un poco más importante que un chiste sobre Lippmann. Creo que sobra aclarar que el texto tiene errores de muchos tipos, que hay más de una hipótesis escondida tras algunas afirmaciones, que por momentos se pone innecesariamente cínico e iracundo (tenés razón, Flor, y te pido perdón) y que es muy ensayístico más allá de algún que otro argumento.
Es como en la teoría del caos. Flor hizo un comentario de dos líneas casi en simultáneo con lo que estaba viendo por TV y se disparó una catarata única.
No me digan que no es fascinante.
Sigo intentando con las negritas y no hay caso. Renuncio.
No, no. No quise decir eso, pero sé que se entendió así. Y es culpa mía. Al contrario, quise decir que no es una cuestión temática, sino de poder reconocer la forma en que abordamos esos temas (reconocer con qué grado de información contamos particularme cada uno de nosotros). En esto último también fui contradictorio, pues me salió universalista y dogmático. El que se mordió la cola fui yo.
(Aprovecho para probar las negritas que Flor me enseñó a usar).
PD:
¿Vieron esto?
http://www.lanacion.com.ar/796461
Más allá de la "rareza" me gustó el texto y cómo describe la foto.
Y ya que estoy en pleno descubrimiento... la "b" es para las negritas; la "i" para itálicas, ¿y la "a"? ¿para qué es? ¿es para los links?
http://www.lanacion.com.ar/796461
Ah, ok.
Esta noche intentaré cargarla como post. A mí me hizo recordar dos cosas: 1) a algunos de los dichos de Roncagliolo sobre la foto periodística (el mismo Peicovich repara en algo similar); 2) a los nuestros comentarios sobre las fotos (como aquella del hombrecito de ligustrina en el sur, o los carteles).
Natalio.. CONOCES CALETA OLIVIA??
yo soy de por ahi cerca....
que loco que alguien mas conozca caleta.. jaja
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